Errores De Una Noche Cualquiera

Hentai

Había empezado a llover cuando nos dirigíamos hacia su casa, la iba a acompañar hasta el portal como tantas otras veces, pero hoy era distinto, y no sabía por qué, pero no podía dejar de pensar en ella, en su cuerpo, en esos pantalones que, empapados por la lluvia, apenas cubrían sus curvas perfectas, en su forma de moverse, en lo que sentía por ella… Llegamos a su portal, sabía que no podría despedirme de ella sin más entre la multitud apresurada y el ruido de las calles, así que entré con ella al portal, ella alzó la cara para mirarme con esos ojos azules, intensos, penetrantes, y yo la miraba, su cara de tez pálida enmarcada por el cabello rubio mojado, sus labios, tiernos y rojos, que empezaban a dibujar esas palabras que yo no deseaba oír, que empezaban a dibujar, un adiós: Me ofreció su mejilla para que la besara, y eso iba a hacer, la besé, pero la besé en los labios, y para acabar de fastidiarlo todo la apreté más contra mí, hasta que sentí el latir de su corazón acompasado con el mío, la solté y ella me miró con una mezcla de duda, vergüenza y deseo, mientras se mordía el tierno labio inferior con una inocencia provocativa, haciendo que dentro de mí se encendiera la pasión. Las camisas, los pantalones, se desprendieron de nuestros cuerpos como los pétalos de una flor, y allí estábamos abrazados, oliéndonos, sintiéndonos, antes del desenlace que ya era inevitable, cuando entró por la puerta una pareja mayor, los vecinos del tercero, nos metimos en el ascensor sin mediar palabra y subimos hasta su casa. Entramos, nunca había estado allí, y era intimidante, podía haber aprovechado la oportunidad para despedirme y marcharme sin más, pero ella se había sentado en el sofá con los hombros encogidos y los brazos cruzados entre las piernas, no podía dejarla así, me senté a su lado con la intención de arreglar las cosas y sin poder darme cuenta, ya estaba desabrochandole la camisa, mientras aspiraba el aroma de sus cabellos, y empezaba a rozar su cuello aún húmedo con mis labios, y a acariciar su pecho mientras la besaba en el hombro, cuando ella pidió una pausa y me dijo: -No me he acostado con nadie desde hace unos años, y prometí que no lo haría hasta…- Sin dejarla acabar me levanté sin hacer apenas ruido, mientras pensaba en lo que había estado a punto de hacer, cogí mi ropa y me fui hacia la puerta, pero me fue inútil, ella se interpuso en mi camino diciéndome: -Quiero romper esa promesa contigo- Dicho esto ella se acerco despacio hacia mi mientras se quitaba la ropa que aún le quedaba, su cuerpo húmedo por la lluvia se pegó al mío, y ella empezó a deslizarse hasta ponerse de rodillas, y yo la dejé hacer, no es que fuese a pasar algo que nunca me hubiese pasado antes, o que no me fuese a volver a pasar, formalmente hablando, no hice nada que no hubiese hecho o se me hubiese ocurrido hacer antes, no es que me pidiese que la hiciera cosas que nunca antes me hubiesen pedido, si no que por primera vez tuve la certeza de que había un punto de placer tal para las mujeres, en el que a la reina se le escapa el cetro de las manos, en el que el cuerpo se electriza y no hay lugar para pensar que está fingiendo, un momento en el que los jadeos y gemidos se apagan, pero ella te acerca con más fuerza. No, no es que en otros casos creyese o temiese que ellas estuviesen fingiendo, aunque siempre tuve en mente que ellas eran un poco teatreras. No, es que hasta ese momento, sobre aquella alfombra al lado de la pata del sofá, no me había imaginado que pudiera existir un placer tan desatado e intenso como el que sentimos aquella noche. Cuando acabamos nos quedamos los dos abrazados, con los cuerpos entrelazados, los dos perdidos en la mirada del otro, desnudos ahora nosotros y nuestros sentimientos, nos sentimos más unidos que nunca. Pero todo se acabó cuando a la mañana siguiente mientras aún estábamos sobre la alfombra llamarón a la puerta y recordé lo que había hecho, abrí la puerta y allí estaba mi novia, la mejor amiga de la chica que estaba tumbada, desnuda sobre la alfombra del salón esperándome con deseo y lujuria en la mirada, y allí estaba yo con los pantalones mal puestos y demasiado disperso para contestar a sus preguntas -¿Qué ha pasado? ¿Qué has hecho? ¡Respóndeme, maldita sea!- Me golpeó y me gritó hasta que se hartó, y cuando entré de nuevo ella me dijo desde el suelo: -Lo hecho está hecho, y ven que a mí aún me tienes para lo que quieras.- No sé si fue lo peor que he hecho en mi vida, pero estoy seguro de que lo volvería a hacer tantas veces como se me presentara la ocasión.

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