Segunda Oportunidad

Cortos

Era de noche y había niebla. Estaba mareado y tenía náuseas. Como no veía bien por dónde iba me senté bajo una farola de tenue luz. Miré mis manos y allí estaba; aquel líquido biótico color rojo.
-No me lo puedo creer.-susurré con voz temblorosa- Lo he hecho.-dije aún más bajo que la vez anterior.
De pronto, los ojos se me llenaron de lágrimas y rompí en un silencioso llanto. Todo había pasado muy rápido.
Hace dos horas estábamos en una discoteca celebrando el cumpleaños de un amigo. No recuerdo muy bien por qué, pero yo me empecé a pelear con Daniela, una chica con la que llevaba tonteando unas semanas. Los dos sentíamos lo mismo, pero ninguno de los dos se lanzaba por miedo a estropear la relación. Harto de la discusión le dí la espalda y me fui. Ella salió tras de mi y ya fuera del establecimiento comenzó a gritarme como una histérica. Yo me negaba a escucharla. Cuando me alcanzó me agarró del brazo con fuerza.
-Déjame en paz.-dije mientras me daba la vuelta. La empujé sin poder controlar mi fuerza debido a la cantidad de alcohol que había bebido.
Me quedé paralizado al contemplar semejante imagen: Daniela estaba tirada en el suelo y un pequeño charco de sangre le rodeaba la cabeza. Conseguí reaccionar y llamé a una ambulancia. Me acerqué para comprobar su pulso. Nada. No sentía nada. Al no encontrarle pulso la dí por muerta y huí como un cobarde de la escena del crimen.

Ya habían pasado tres meses desde <<aquello>>. Desde entonces todos los días era lo mismo; a las siete y media me levantaba para ir al instituto, a las dos y media que se acababan las clases iba a comer a casa. Después, hacía los deberes y luego escuchaba música hasta la hora de cenar. Me acostaba, y al día siguiente el mismo horario.
Hoy decidí cambiar de idea y después de acabar los deberes fui a dar una vuelta por mi barrio. Era casi de noche, había perdido la noción del tiempo al llegar inconscientemente a su casa. Estuve parado allí delante durante, al menos, una hora. Ahora ya no era lo mismo, sin todas las luces del piso de arriba encendidas hasta altas horas de la noche. Los padres de Daniela se habían mudado después de lo ocurrido.

Es sábado. Raramente hoy estoy solo en casa. Mis padres han salido con unos amigos y no llegarán hasta tarde. Esta vez decidí ver una película en vez de escuchar música. Me apetecía cine de terror. Recordé qe estaban echando La Casa de Cera, preparé un cuenco con palomitas, bajé las persianas de mi habitación y me encerré en la habitación. Después de una hora de película me estaba entrando el sueño. Pegué un brinco en la cama. Alguien había llamado al timbre. Posé el cuenco de palomitas en la mesita de noche y bajé las escaleras. Fui con decisión a la puerta y la abrí lentamente. Me quedé pasmado. Esos cabellos color miel y esos ojos azules claros eran inconfundibles. Jamás olvidaría su piel morena, ni sus labios carnosos con aquel toque de brillo rosado.
-Daniela.-dije embobado mirando la amplia sonrisa con la que me había recibido.
-Te perdono.-dijo mientras se acercaba delicadamente a mis labios.

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