Han pasado ya tres horas desde que me hice con el uniforme nazi en el último bunker que limpiamos, me cambié dentro del bunker y guardé mi uniforme en la mochila, cosa que no fue fácil ya que la llevaba llena hasta arriba, cuando salí vestido de esta manera vi en los ojos de todos los que habían sido mis compañeros algo de desprecio, ellos sabían que me ponía eso por necesidad, pero no les culpo, la verdad es que cada vez me daba más asco a mi mismo con ese uniforme puesto, lo que simbolizaba me daba arcadas, ese enemigo sin humanidad que se oponía al resto del mundo siguiendo las órdenes de un loco endiosado, que hacía mucho que había perdido contacto con la realidad de sus actos. Y ahora mismo cualquiera que me viera, no tendría duda alguna de que yo era un oficial de las SS, según mis grebas un teniente de campo, e incluso si me hicieran hablar tan solo notarían un acento marcado que fácilmente podría hacerles pasar por alto con la bien estudiada excusa de que mi origen era rural, o si eso fallaba recordándole que mi rango era lo bastante alto como para que con una sola palabra mía le pusiesen a limpiar retretes en alguna trinchera del frente norte, en resumidas cuentas, que no tendría ningún problema para llegar a Paris. Según se me había informado antes de partir de Inglaterra en mi camino me cruzaría con una base poco protegida de los nazis y con una cosa de la que no había oído hablar nunca, algo a lo que llamaban “campo de exterminio” no sabía muy bien que era eso, pero la verdad es que su nombre no me hacía pensar nada bueno. Lo primero con lo que me crucé en mi camino fue el campo de exterminio, y la verdad, es que nada me podría haber preparado para lo que vi allí, Hombres y niños, en un estado que a primera vista te hacía pensar más en muertos vivientes que en seres humanos, estaban agarrados a la alambrada, pero cuando me acercaba salían despedidos de allí a una velocidad imposible para esos cuerpos frágiles y demacrados, en los que cualquier médico se podría haber orientado como con un mapa anatómico. En ese momento fue cuando decidí que por mucho que pudiese significar mi muerte, no iba a llevar ese uniforme ni un segundo más. Llevé la moto a una zona apartada, la escondí entre unos matorrales más por costumbre que por necesidad, y me puse mi uniforme fácilmente reconocible como del ejército americano. Cogí mi rifle, y empecé a andar entre la maleza, mi intención era la de evadirme de la zona y seguir a pié, no tenía prisa, con la moto habría llegado en un día, y habría tenido que esperar una semana escondido hasta que mi objetivo llegase, a pié solo tardaría seis días, por lo que aún tenía margen. Pero cuando estuve a unos 500 metros del campo, empecé a oír tiros y gritos, no sabía que pasaba, pero estaba seguro de que pagarían lo que fuese que se les había ocurrido hacer. Desande lo andado, y cuando estuve a una distancia prudencial de tiro me tumbé a observar por la mira, y lo que vi hizo que se me revolviera el estómago, los nazis estaban matando a tiros a todos, entraban zulo a zulo, sacaban a sus ocupantes y les pegaban un par de tiros, por desgracia para ellos, no eran los únicos con armas en ese bosque, y con tanto ruido de disparos, nadie se daría cuenta de los míos. Empecé poco a poco con los que se quedaban solos, con los grupos pequeños, pum pum pum, con cada disparo una muerte, y los nazis ni se enteraban de que cada vez eran menos, pronto solo quedaría yo, no me había parado a pensar en lo que haría con los presos una vez acabara con los alemanes, pero es que no pude refrenarme, para mí solo eran animales con armas, y les estaba dando caza como a tales. Llegó un momento en el que desde mi posición no se veía a ninguno, pero aún quedaban, los oía, así que me metí en el campo, había una torre vigía vacía, que sería perfecta para verlo todo, me arrastré entre cadáveres desnutridos para que nadie me viese, y al final llegué a la torre, y cuando pisé la parte alta juré que nada me pararía hasta que no quedase ni una sola alma nazi en ese lugar, lo de alma era mucho decir, digamos mejor que no dejaría títere con cabeza. La torre era un verdadero arsenal, había de todo, una ametralladora pesada, granadas, munición… Todo útil para matar nazis, cada disparo me liberaba, y al cabo de tres cuartos de hora de sangre y gritos, en el campo solo quedábamos los presos y yo. Al final decidí abrir las puertas y dejarles libres, con la comida de los nazis sobrevivirían un tiempo y cogerían fuerzas para adentrarse en el bosque. Abrí la puerta y salí caminando despacio hacia el bosque, no les dije una sola palabra, no hice gestos, solo entré limpié de basura ese lugar y me fui. Ahora todos sabían que estaba allí, y seguramente acabaría muerto antes de tiempo, pero merecía la pena…

Ahora sólo me quedaba por delante una base, que seguramente ya no estuviese poco defendida y unas cuantas jornadas de paseo por el bosque, tenía que caminar rápido hasta la base, ya que allí tenía que recoger una información, asique no podía dar un rodeo y saltarme esa parada no, tenía que llegar allí prepararme, entrar coger los papeles y salir, y todo esto con una guardia que seguramente ya sabía lo que había pasado en el campo de exterminio, las cosas no pintaban bien, pero tenía que hacerlo. Fueron unas horas de caminata inacabables, solo podía pensar en la legión de nazis que me esperaba para matarme, en la misión que iba a dejar a medias, en las personas que iban a morir por mi insensatez. Todo este peso aplastaba mi espalda y mi moral, pero tenía que sobreponerme, no sabía cómo podría hacerlo, pero tenía que conseguirlo.
Durante el largo camino hasta la base nazi hubo algo que me hizo preocuparme más de lo que me habría gustado, y mucho más de lo que jamás habría admitido, no me cruce con ninguna patrulla, lo que solo dejaba lugar en mi mente para dos posibilidades, la primera, la más esperanzadora y la más vana, era que la base hubiese sido abandonada, y que nuestra inteligencia no lo hubiese notado, la verdad es que no me parecía nada posible, pero cuando estás completamente solo, sin nadie en quien apoyarte, ni nada a tu alrededor que pueda reconfortarte, son estas ideas imposibles pero alentadoras las que te mantienen en movimiento, las que pueden hacer que un único hombre marche día y noche en pos de una muerte segura. La otra opción era la más sensata, pero también la más dolorosa, que algún oficial de comunicaciones hubiese alertado a todos los nazis desde mi posición hasta Berlín mientras yo me dedicaba a acabar con sus compañeros, y que por lo tanto en lugar de buscarme me estuviesen esperando todos juntitos en un número lo bastante apabullante como para que ni el mejor de los especialistas pudiese salir vivo. Cada noche que pasaba en los bosques franceses era más dura, cada vez se acercaba más mi funesto final, cada hora me acercaba inexorable a un lugar del que todo mi ser me pedía que escapara. Pero sabía que no estaba haciendo esto por mí, ni por el general inglés, ni por ningún otro hombre del estado mayor, estaba sufriendo por la gente a la que quería, por mi esposa, y para no olvidarlo, pasaba las largas vigilias nocturnas mirando la foto que llevaba y aún llevo en el interior de mi casco. No hacía más que repetirme que si yo fallaba ella lo pagaría con su vida, y lo repetía hasta que caía en un sueño agitado en el que si soñaba, al despertar, por suerte, no recordaba nada, era una afirmación muy egocéntrica, ya que el devenir de la guerra no dependía de mi miserable persona, y el que yo fallara, no significaría gran cosa, pero ese pensamiento me mantenía centrado y con un objetivo.

¿Seguro que no quieres darnos tu opinión?